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Días de lluvia

Días de lluvia

 

El agua es vida, un lema que nos sabemos desde hace mucho tiempo, pero que nos cuesta poner en práctica en muchas situaciones. Como en los días de lluvia.

 

Dice un amigo que no existe mal tiempo, solo ropa inadecuada. No le falta razón.

 

Cada día que llueve nos transmite una tensión a los adultos que, inconscientemente, compartimos con las criaturas, lo que genera un campo de pulsos continuos, de sentirse atrapado entre cuatro paredes, de necesitar soltar una energía que empieza a estar bajo mucha presión.

 

Nos pasa en casa, demasiadas veces. Llueve y parece que solo hay dos alternativas: quedarse en casa o ir a un centro comercial. Los atascos de las ciudades nos indican que se suele escoger mucho la segunda opción. Aunque hay una tercera más sencilla que pocos eligen: salir a mojarse. A mojarse el chubasquero o el paraguas. O a saltar en los charcos de lluvia con las botas de agua. O a mirar cómo flotan las hojas sobre los lagos diminutos. O ver cómo caen las gotas sobre las marquesinas de las paradas de los autobuses. O correr bajo la lluvia. O escuchar las gotas sobre el paraguas (hay que prestar mucha atención, porque con la de coches que hay por ahí, es muy difícil). O alguna que a mí no se me ha ocurrido, pero seguro que tú me puedes proponer.

 

A mí me gusta salir al patio cuando llueve, siempre dentro de unos límites que no pongan en peligro la salud de los niños, porque si nos hemos ganado la confianza de las familias, no merece la pena perderla porque hayamos sido unos irresponsables. En el patio, cuando llueve, me pongo la capucha y miro a los niños. Algunos saben para lo que sirve este complemento del abrigo; otros me miran raro; a algunos cuando les propongo que se pongan la capucha me niegan su existencia, aunque yo la esté viendo con mis propios ojos; otros acceden con simpatía; también están los que se resguardan bajo el granero o al lado de las paredes evitando el flujo de agua de los canalones.

 

Sólo hay una actividad prohibida los días de lluvia: tirarse por el rompeculos. Pero sólo porque luego tendríamos que cambiarnos todos y no hemos practicado esa habilidad lo suficiente como para ser extremadamente eficientes y eficaces.

 

Así que, cuando la vida te dé lluvia, salta en los charcos, es sano.

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«Si quieres construir una nave, no reúnas a los hombres para hacerlos recoger la madera, para distribuir las tareas y dividir el trabajo, sino enséñales la nostalgia del mar amplio e infinito».

 

Antoine de Saint Exupéry
Escritor y aviador francés
autor de «El principito»