Dividimos la jornada en sesiones, y tratamos de intercalar momentos de tranquilidad, de trabajo en papel con situaciones de locura y juego. En clase tenemos un montón de material para jugar.
Desde los primeros días, ya estamos probando las relaciones que se pueden establecer entre distintos materiales. La mayoría de las veces son los niños lo que comprueben si dos materiales tienen un futuro prometedor juntos. Y nosotros, los adultos, desde la observación, podemos determinar hasta qué punto se cumple ese juicio. Cuantas más veces exponemos a más niños a establecer relaciones entre los mismos materiales, más sencillo no es determinar si hemos encontrado una pareja fuerte.
En estas situaciones lo más complejo es estar “al otro lado” como un científico que toma notas sobre lo que observa:
¿Con qué jugamos hoy? Tenemos piedras y vasitos.
- Comprueban qué piedras caben dentro de los vasos.
- Revisan si los vasos se pueden colocar unos dentro de otros
- O si es un material para construir paredes, torres, castillos, puentes…
Si son capaces de estar concentrados durante más de 10 minutos, tenemos un caballo ganador que podremos seguir ofreciendo para que generen estructuras más complejas. SI a los cinco minutos ya están preguntando cuándo vamos a cambiar de material, mejor que estos tres no se vuelvan a juntar.
Y en el patio nos pasa lo mismo. Cuando dos niños se encuentran y comparten juego, nace una amistad. Cuando en ese encuentro no se da un reflejo, buscarán otro compañero de aventuras.