La escuela y la familia deben compartir un viaje, una aventura, sabiendo en todo momento cuál es el lugar de cada parte, teniendo clara la frontera entre las actuaciones de un lado y del otro: cada quien en su lugar para poder educar. El centro, la escuela, el maestro debe generar espacios en los que compartir codo con codo esta tarea tan apasionante.
Con esta idea clara, mantenemos una comunicación y relación activa entre la familia y la escuela (entendiendo como escuela el contexto educativo: aula, escuela, colegio…). Intentamos proponer situaciones donde la familia y la escuela colaboren directamente: sesiones donde la familia interviene en el aula, situaciones donde la familia prepara espacios para que la infancia juegue, momentos donde la familia juega con sus criaturas.
Y todo se volvió azul porque todos estábamos juntos, porque todos formábamos parte de algo más grande, porque juntos somos más.
Fruto del buen funcionamiento de esos engranajes surgen propuestas como ésta, donde participan profes, niños y familias para transformar un espacio cotidiano en un mundo submarino.
Sin la familia, no existiría la escuela. Sin el apoyo y la confianza de la familia, nosotros los maestros, docentes, maestras, profesionales del aprendizaje, no podríamos convivir con un aula de 25 o 26 individuos diferentes.
Y con ese apoyo desarrollamos propuestas como las instalaciones de juego, donde la familia aporta materiales y se une a los maestros para preparar un espacio del que sólo conocerán las experiencias a través de las narraciones de sus hijos.
Cuando todos sumamos, cuando todos caminamos en la misma dirección, cuando tenemos objetivos comunes, cuando remamos juntos, la infancia se beneficia. Todo es azul, se escucha el mar, podemos navegar, tocamos las conchas, parece que estamos allí.